La brutal ineficiencia del mercado implica que las empresas que lo proveen no son competitivas; gasto público creciente y altos impuestos, parte del cóctel.
Mauritania, Haití, Argentina, Chad y Venezuela son
los países posicionados 136 a 140, respectivamente, en "eficiencia de
sus mercados de productos y servicios" según el Ranking de
Competitividad 2015-2016 del World Economic Forum. El ranking incluye
140 países. Sumergidos en nuestras discusiones locales, los argentinos
muchas veces perdemos dimensión de hasta qué punto nuestra economía ha
sido distorsionada en estos doce años K.
Que el mercado sea tan
brutalmente ineficiente implica que las empresas que lo proveen no son
competitivas. Aunque suene redundante, es útil recordar que empresas no
competitivas sólo sobreviven porque no compiten. En el ranking anterior,
el ítem de bienes y servicios importados como porcentaje del PBI ubica a
la Argentina 138 entre 140. La falta de competitividad proviene de no
tener la presión de competir. Pero también de tener costos que otros no
tienen: en el ítem de "impuestos totales como porcentaje de las
ganancias", la Argentina aparece 140 entre 140. Como su nombre lo
indica, el apartado incluye la totalidad de los impuestos pagados por
las empresas, considerando las contribuciones sociales y laborales que
el empleador abona, los ingresos brutos, etcétera. Es muy difícil ser el
mejor en cualquier cosa, pero tampoco es fácil ser el peor. Tener la
mayor carga impositiva del mundo para producir debería hacernos
reflexionar respecto de a qué podemos razonablemente aspirar en el
futuro cercano.
Proteccionismo
extremo e impuestos exorbitantes para financiar un gasto público voraz
son signos inequívocos del populismo K. Con este nivel de impuestos, los
incentivos para la inversión genuina y legal son muy bajos (en el ítem
"efectos de los impuestos en los incentivos para invertir" Argentina
aparece 139 de 140) y el incentivo a la economía informal es altísimo.
Esta combinación, con Cristina o sin ella, nos lleva derechito a
Venezuela.
Antes de proponer soluciones fáciles conviene notar,
sin embargo, que esta arquitectura perversa es como una torre de naipes:
si se saca una carta, el resto se derrumba. Por ejemplo, abrir la
economía a lo Menem, para aumentar la competitividad, inevitablemente
implicaría una ola de quiebras de muchas empresas locales, con su
consecuente impacto en el desempleo. Esto es políticamente inviable. Más
allá de toda consideración que se pueda tener sobre la industria
argentina, con este nivel de impuestos ninguna industria puede competir.
Por otro lado, la única manera económicamente sustentable de bajar
drásticamente los impuestos es disminuir drásticamente el gasto, pero
con semejante proporción de la población dependiendo directa o
indirectamente del Estado, resulta también políticamente insustentable.
¿Cómo
se sale de esta situación? ¿Cómo se pone a la Argentina en un sendero
de mayor competitividad? En primer lugar, vale reconocer que no es obvio
que se salga. Un riesgo país de aproximadamente 450 puntos indica que
los mercados están lejos de dar por obvio que se sale sin crisis. Pero,
si se sale, será con medidas compatibles con las restricciones
económicas y políticas existentes, y un reconocimiento de los
compromisos que ambos aspectos de la realidad argentina implican sobre
el otro. Es decir, necesitamos de medidas que de a poco vayan aumentando
la competitividad sin implicar altos costos sociales.
Este
"camino del medio", en el hay que identificar y resolver los aspectos
que tengan el mayor impacto en la productividad de la economía con menor
costo social, es el que parece haber elegido el Gobierno. Es también, a
mi entender, el único con chances de perdurar en el largo plazo.
El autor es director del MBA de la Ucema
Fuente: lanacion.com
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