martes, 20 de septiembre de 2016

Competitividad: un castillo de naipes

La brutal ineficiencia del mercado implica que las empresas que lo proveen no son competitivas; gasto público creciente y altos impuestos, parte del cóctel.

Mauritania, Haití, Argentina, Chad y Venezuela son los países posicionados 136 a 140, respectivamente, en "eficiencia de sus mercados de productos y servicios" según el Ranking de Competitividad 2015-2016 del World Economic Forum. El ranking incluye 140 países. Sumergidos en nuestras discusiones locales, los argentinos muchas veces perdemos dimensión de hasta qué punto nuestra economía ha sido distorsionada en estos doce años K.
Que el mercado sea tan brutalmente ineficiente implica que las empresas que lo proveen no son competitivas. Aunque suene redundante, es útil recordar que empresas no competitivas sólo sobreviven porque no compiten. En el ranking anterior, el ítem de bienes y servicios importados como porcentaje del PBI ubica a la Argentina 138 entre 140. La falta de competitividad proviene de no tener la presión de competir. Pero también de tener costos que otros no tienen: en el ítem de "impuestos totales como porcentaje de las ganancias", la Argentina aparece 140 entre 140. Como su nombre lo indica, el apartado incluye la totalidad de los impuestos pagados por las empresas, considerando las contribuciones sociales y laborales que el empleador abona, los ingresos brutos, etcétera. Es muy difícil ser el mejor en cualquier cosa, pero tampoco es fácil ser el peor. Tener la mayor carga impositiva del mundo para producir debería hacernos reflexionar respecto de a qué podemos razonablemente aspirar en el futuro cercano.
Proteccionismo extremo e impuestos exorbitantes para financiar un gasto público voraz son signos inequívocos del populismo K. Con este nivel de impuestos, los incentivos para la inversión genuina y legal son muy bajos (en el ítem "efectos de los impuestos en los incentivos para invertir" Argentina aparece 139 de 140) y el incentivo a la economía informal es altísimo. Esta combinación, con Cristina o sin ella, nos lleva derechito a Venezuela.
Antes de proponer soluciones fáciles conviene notar, sin embargo, que esta arquitectura perversa es como una torre de naipes: si se saca una carta, el resto se derrumba. Por ejemplo, abrir la economía a lo Menem, para aumentar la competitividad, inevitablemente implicaría una ola de quiebras de muchas empresas locales, con su consecuente impacto en el desempleo. Esto es políticamente inviable. Más allá de toda consideración que se pueda tener sobre la industria argentina, con este nivel de impuestos ninguna industria puede competir. Por otro lado, la única manera económicamente sustentable de bajar drásticamente los impuestos es disminuir drásticamente el gasto, pero con semejante proporción de la población dependiendo directa o indirectamente del Estado, resulta también políticamente insustentable.
¿Cómo se sale de esta situación? ¿Cómo se pone a la Argentina en un sendero de mayor competitividad? En primer lugar, vale reconocer que no es obvio que se salga. Un riesgo país de aproximadamente 450 puntos indica que los mercados están lejos de dar por obvio que se sale sin crisis. Pero, si se sale, será con medidas compatibles con las restricciones económicas y políticas existentes, y un reconocimiento de los compromisos que ambos aspectos de la realidad argentina implican sobre el otro. Es decir, necesitamos de medidas que de a poco vayan aumentando la competitividad sin implicar altos costos sociales.
Este "camino del medio", en el hay que identificar y resolver los aspectos que tengan el mayor impacto en la productividad de la economía con menor costo social, es el que parece haber elegido el Gobierno. Es también, a mi entender, el único con chances de perdurar en el largo plazo.
El autor es director del MBA de la Ucema

Fuente: lanacion.com

 

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